LOS RECIPIENTES, A EXÁMEN
Presente en platos, suelos, material electrónico y un sinfín de productos, algunos plásticos esconden efectos nocivos que pueden guardar relación con el aumento de partos prematuros, el autismo y la diabetes. Vea todo lo que se descubre, simplemente, dándole la vuelta a una botella.
Nadie se libra. Ni usted, ni yo ni nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo. El cien por cien de los españoles presenta en su organismo sustancias potencialmente peligrosas que han llegado hasta nosotros a través del aire, el agua o los alimentos. Son los llamados COP o compuestos orgánicos persistentes. Una serie de sustancias de nombres impronunciables para los profanos en la materia (como hexaclorobenceno o hexaclorociclohexano), pero ampliamente utilizadas en la elaboración de pesticidas o en la fabricación de materiales como el PVC. Así lo demostraba un estudio desarrollado en 2007 por investigadores del Departamento de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada.
Su mera presencia no implica un efecto adverso sobre nuestra salud, pues en estos casos sigue mandando el criterio que estableciera, ya en el siglo XVI, Paracelso, el hombre que dio nombre al cinc y el padre de la toxicología. De él es el axioma: «La dosis hace al veneno». Es decir, que una sustancia tóxica puede no ser nociva siempre que se encuentre por debajo de unos determinados niveles en nuestro organismo. Pero la proliferación de este tipo de compuestos químicos en las sociedades desarrolladas llama la atención de un creciente número de investigadores.
El problema radica en dónde fijar el límite. Así, por ejemplo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) dejó establecido en 2007 que la ingesta diaria de bisfenol A (BPA), un compuesto químico utilizado en la elaboración de material plástico, no debe superar los 0,05 miligramos por kilo de peso corporal. El BPA llega a nuestro cuerpo a través de multitud de productos de uso cotidiano, como biberones, botellas de agua o refresco... Y hay numerosos estudios que lo relacionan con enfermedades como diabetes, autismo, malformaciones mamarias o cáncer de próstata.
El problema radica en que el BPA es un disruptor endocrino: imita a los estrógenos femeninos, alterando el sistema endocrino. Un reciente trabajo desarrollado por Ángel Nadal, bioingeniero de la Universidad de Elche, y publicado en el International Journal of Andrology lucía un explícito título: «El bisfenol A altera el páncreas endocrino y la homeostasis de la glucosa en sangre», lo que lo relaciona directamente con la diabetes de tipo 2. En sus estudios con ratones de laboratorio, él y su equipo comprobaron que el bisfenol provoca un descenso de los receptores que, desde el hígado, los músculos o el tejido adiposo, captan la insulina. Al mismo tiempo, el páncreas interpreta que su insulina no sirve para metabolizar la glucosa y dispara su producción. Consecuencia: diabetes. Según la OMS, hoy hay 177 millones de diabéticos en el mundo, el doble que hace 30 años. Casualmente son los años en que se ha disparado la producción y el uso de los materiales plásticos. A finales del año pasado, Esteban Gimeno, presidente de la sección ibérica de EuroPlastics, declaraba en Lisboa que el consumo mundial de este material superaría los 300 millones de toneladas en 2010. El triple de la producción mundial en 1990.
Otro problema que ha crecido en paralelo al del consumo de plástico es el de los nacimientos prematuros: en Estados Unidos se registran hoy un 30 por ciento más de casos anuales que en 1981 y un 18 por ciento más que en 1990. Claro está que esto no implica una relación causa-efecto directa, pero un estudio publicado por la Universidad de Míchigan el año pasado sostiene que podría haberla. Los científicos encontraron unos niveles más altos (hasta tres veces más) de metabolitos de ftalatos en la orina de mujeres que habían tenido partos prematuros que en aquellas que habían llevado el embarazo a término. Los ftalatos o ésteres de ftalato son compuestos químicos utilizados en plásticos, productos de aseo y muebles.
De la compleja lista de ingredientes que lucen los materiales plásticos, los dos mencionados hasta ahora son los que más preocupan a la comunidad científica. El BPA se utiliza para el endurecimiento de los plásticos. Los ftalatos se usan para lo contrario: incrementan la flexibilidad del plástico, con lo que se han convertido en los `reyes´ del PVC y se encuentran presentes también en esmaltes de uñas, juguetes infantiles y en la mayoría de los juguetes sexuales.
En la proliferación radica gran parte del problema. En nuestro organismo no sólo aparecen disruptores endocrinos como el BPA, sino que éste se combina con otras sustancias de efectos similares, como los alquilfenoles presentes en el agua, las dioxinas e hidrocarburos que respiramos o los pesticidas clorados de las frutas y verduras. Junto con ellos, aparecen los polibromodifenil éteres (PBDE), una clase de compuestos bromados utilizados como retardantes de llama en espumas y materiales plásticos, como la carcasa del televisor o del ordenador. Nuestro organismo puede tardar años en `deshacerse´ de estos PBDE. En otros casos, el cuerpo procesa rápidamente los compuestos y los elimina a través de la orina. Así ocurre, por ejemplo, con el BPA. Pero es un material tan presente en nuestra vida que la exposición a él es constante.
En Estados Unidos ha surgido en los últimos meses un intenso debate acerca de la necesidad de replantear la inocuidad de materiales como el BPA, y Obama parece dispuesto a llevarlo al Congreso. Entre tanto, países como Canadá han cesado ya de utilizarlo para la elaboración de biberones. Por su parte, desde 2007 la Unión Europea cuenta con la restrictiva normativa Reach, que regula el procesado y la manipulación de materiales tóxicos. Una novedad importante del texto es que obliga a la industria a demostrar la no toxicidad –a determinados niveles– de estas sustancias, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, son los organismos públicos quienes deben evaluar el posible daño de estos componentes químicos. Se ha cifrado en 30.000 el número de sustancias químicas que se comercializan a gran escala. Demasiadas para ser abarcadas por cualquier gobierno.
En cualquier caso, nuestra vida cotidiana (y nuestra economía) se ha hecho altamente dependiente de los compuestos químicos. ¿No hay alternativa? Buscar un sustituto no es ni fácil ni barato. En cualquier caso, los químicos se afanan en conseguir componentes que no sólo no afecten al organismo, sino que sean respetuosos con el medio ambiente. Todas las esperanzas recaen sobre la biotecnología, que investiga con plásticos formados por bacterias (los llamados PHB), como Azotobacter, unos polímeros que forman la bacteria de forma natural. Provienen de una fuente renovable y son totalmente biodegradables. Suena bonito, pero está todavía muy lejos.
Daniel Méndez
Fuente: XLSemanal
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Nadie se libra. Ni usted, ni yo ni nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo. El cien por cien de los españoles presenta en su organismo sustancias potencialmente peligrosas que han llegado hasta nosotros a través del aire, el agua o los alimentos. Son los llamados COP o compuestos orgánicos persistentes. Una serie de sustancias de nombres impronunciables para los profanos en la materia (como hexaclorobenceno o hexaclorociclohexano), pero ampliamente utilizadas en la elaboración de pesticidas o en la fabricación de materiales como el PVC. Así lo demostraba un estudio desarrollado en 2007 por investigadores del Departamento de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada.
Su mera presencia no implica un efecto adverso sobre nuestra salud, pues en estos casos sigue mandando el criterio que estableciera, ya en el siglo XVI, Paracelso, el hombre que dio nombre al cinc y el padre de la toxicología. De él es el axioma: «La dosis hace al veneno». Es decir, que una sustancia tóxica puede no ser nociva siempre que se encuentre por debajo de unos determinados niveles en nuestro organismo. Pero la proliferación de este tipo de compuestos químicos en las sociedades desarrolladas llama la atención de un creciente número de investigadores.
El problema radica en dónde fijar el límite. Así, por ejemplo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) dejó establecido en 2007 que la ingesta diaria de bisfenol A (BPA), un compuesto químico utilizado en la elaboración de material plástico, no debe superar los 0,05 miligramos por kilo de peso corporal. El BPA llega a nuestro cuerpo a través de multitud de productos de uso cotidiano, como biberones, botellas de agua o refresco... Y hay numerosos estudios que lo relacionan con enfermedades como diabetes, autismo, malformaciones mamarias o cáncer de próstata.
El problema radica en que el BPA es un disruptor endocrino: imita a los estrógenos femeninos, alterando el sistema endocrino. Un reciente trabajo desarrollado por Ángel Nadal, bioingeniero de la Universidad de Elche, y publicado en el International Journal of Andrology lucía un explícito título: «El bisfenol A altera el páncreas endocrino y la homeostasis de la glucosa en sangre», lo que lo relaciona directamente con la diabetes de tipo 2. En sus estudios con ratones de laboratorio, él y su equipo comprobaron que el bisfenol provoca un descenso de los receptores que, desde el hígado, los músculos o el tejido adiposo, captan la insulina. Al mismo tiempo, el páncreas interpreta que su insulina no sirve para metabolizar la glucosa y dispara su producción. Consecuencia: diabetes. Según la OMS, hoy hay 177 millones de diabéticos en el mundo, el doble que hace 30 años. Casualmente son los años en que se ha disparado la producción y el uso de los materiales plásticos. A finales del año pasado, Esteban Gimeno, presidente de la sección ibérica de EuroPlastics, declaraba en Lisboa que el consumo mundial de este material superaría los 300 millones de toneladas en 2010. El triple de la producción mundial en 1990.
Otro problema que ha crecido en paralelo al del consumo de plástico es el de los nacimientos prematuros: en Estados Unidos se registran hoy un 30 por ciento más de casos anuales que en 1981 y un 18 por ciento más que en 1990. Claro está que esto no implica una relación causa-efecto directa, pero un estudio publicado por la Universidad de Míchigan el año pasado sostiene que podría haberla. Los científicos encontraron unos niveles más altos (hasta tres veces más) de metabolitos de ftalatos en la orina de mujeres que habían tenido partos prematuros que en aquellas que habían llevado el embarazo a término. Los ftalatos o ésteres de ftalato son compuestos químicos utilizados en plásticos, productos de aseo y muebles.
De la compleja lista de ingredientes que lucen los materiales plásticos, los dos mencionados hasta ahora son los que más preocupan a la comunidad científica. El BPA se utiliza para el endurecimiento de los plásticos. Los ftalatos se usan para lo contrario: incrementan la flexibilidad del plástico, con lo que se han convertido en los `reyes´ del PVC y se encuentran presentes también en esmaltes de uñas, juguetes infantiles y en la mayoría de los juguetes sexuales.
En la proliferación radica gran parte del problema. En nuestro organismo no sólo aparecen disruptores endocrinos como el BPA, sino que éste se combina con otras sustancias de efectos similares, como los alquilfenoles presentes en el agua, las dioxinas e hidrocarburos que respiramos o los pesticidas clorados de las frutas y verduras. Junto con ellos, aparecen los polibromodifenil éteres (PBDE), una clase de compuestos bromados utilizados como retardantes de llama en espumas y materiales plásticos, como la carcasa del televisor o del ordenador. Nuestro organismo puede tardar años en `deshacerse´ de estos PBDE. En otros casos, el cuerpo procesa rápidamente los compuestos y los elimina a través de la orina. Así ocurre, por ejemplo, con el BPA. Pero es un material tan presente en nuestra vida que la exposición a él es constante.
En Estados Unidos ha surgido en los últimos meses un intenso debate acerca de la necesidad de replantear la inocuidad de materiales como el BPA, y Obama parece dispuesto a llevarlo al Congreso. Entre tanto, países como Canadá han cesado ya de utilizarlo para la elaboración de biberones. Por su parte, desde 2007 la Unión Europea cuenta con la restrictiva normativa Reach, que regula el procesado y la manipulación de materiales tóxicos. Una novedad importante del texto es que obliga a la industria a demostrar la no toxicidad –a determinados niveles– de estas sustancias, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, son los organismos públicos quienes deben evaluar el posible daño de estos componentes químicos. Se ha cifrado en 30.000 el número de sustancias químicas que se comercializan a gran escala. Demasiadas para ser abarcadas por cualquier gobierno.
En cualquier caso, nuestra vida cotidiana (y nuestra economía) se ha hecho altamente dependiente de los compuestos químicos. ¿No hay alternativa? Buscar un sustituto no es ni fácil ni barato. En cualquier caso, los químicos se afanan en conseguir componentes que no sólo no afecten al organismo, sino que sean respetuosos con el medio ambiente. Todas las esperanzas recaen sobre la biotecnología, que investiga con plásticos formados por bacterias (los llamados PHB), como Azotobacter, unos polímeros que forman la bacteria de forma natural. Provienen de una fuente renovable y son totalmente biodegradables. Suena bonito, pero está todavía muy lejos.
Daniel Méndez
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