Planear nuestro futuro nos proporciona optimismo y nos permite saborear con felicidad anticipada las satisfacciones de una existencia con sentido. Por Francesc Miralles
Un relato tradicional recogido por el escritor Paulo Coelho habla de un misionero español que visitaba una isla cuando se encontró con tres sacerdotes aztecas. “¿Cómo rezáis? “, preguntó el sacerdote. “Sólo tenemos una oración”, respondió uno de los aztecas. “Decimos: ‘Dios, tú eres tres, nosotros somos tres. Ten piedad de nosotros.” “Hermosa oración”, dijo el misionero. “Pero es una oración que Dios no va a oír. Tengo para vosotros una mucho mejor.” El sacerdote les enseñó entonces una oración católica y siguió tranquilamente su camino de evangelización.
Varios años más tarde, en el barco que lo llevaba de vuelta a España, tuvo que pasar de nuevo por aquella isla. Desde la cubierta, vio a los tres aztecas en la playa e hizo un gesto de despedida. En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua, en dirección a él. “¡Padre, padre!”, gritó uno de ellos mientras se acercaba al barco. “¡Enséñenos de nuevo la oración que Dios oye, que no la recordamos!”
Este cuento popular es una parábola sobre la verdadera fe que habita en los seres humanos y que les permite realizar todo tipo de proezas. No nos referimos a creencias religiosas consignadas en libros, sino a la ilusión pura que nos alimenta de niños y que vamos perdiendo con el paso de los años.
En el relato, los protocolarios misioneros dan una fórmula vacía a los tres hombres que conservan un espíritu ingenuo y puro que hace posible que caminen sobre las aguas. Ése es el territorio de la ilusión, un combustible espiritual de primer orden que permite a ciertas personas realizar cosas que a otras les resultarían imposibles.
Capacidad de proyectar
En la infancia y la adolescencia, las ilusiones dan sentido a nuestros días y nos impulsan hacia el futuro. Es lo que Viktor Frankl trabajaba con su logoterapia: la búsqueda de un motivo por el que levantarse de la cama o salir a la calle; un sueño, un anhelo.
En los niños, la ilusión puede consistir en ser algún día futbolista, bailarina, conferenciante o premio Nobel de la Paz. En la adolescencia, encontrar el amor puro y romántico que se ha visto en películas o novelas. Pero cuando llega la edad adulta, las ilusiones se ven desteñidas por un abrasador baño de realidad. Cambiamos los sueños por hechos, y las ilusiones, por obligaciones. Ya no decimos: “Voy a …”, sino “tengo que…” El cauce de la vida ideal se ha secado y nos vemos obligados a seguir nuestro camino por raíles que nos llevan hacia destinos que no son los que habíamos elegido.
Sobre este asunto, el coach y escritor Josep López afirma: “La vida ilusionada es un río que tiene su propio cauce y, a la vez, se nutre de las pequeñas ilusiones. Si no existe un cauce, las pequeñas ilusiones mueren al poco de nacer, se diluyen rápidamente, como afluentes que no tienen adónde ir a parar.” Dicho de otro modo, si dejamos de encauzar nuestras ilusiones, acabaremos viviendo una existencia que no es la nuestra, ya que los sueños que nacen en el interior de cualquier persona no encontrarán un cauce donde fluir hacia el mar de las oportunidades.
A la hora de describir los ingredientes de este combustible espiritual, el mismo autor lo define así: “La ilusión contiene la alegría, pues es alegría y, al mismo tiempo, es algo más; es una forma de proyectarse al futuro sin dejar de vivir el presente (…) La ilusión ilusiona no sólo por lo que será, sino también por lo que ya es, por lo que es ahora y de forma permanente.” Esta capacidad de proyectar el futuro nos ayuda a soportar las dificultades presentes, que serían una mera transición hacia la vida que realmente queremos llevar, mientras que los que sólo conocen las obligaciones viven anclados en un mundo sin perspectivas.
Cuando sentimos que nuestra realidad se hace pequeña y los días se convierten en hojas de un calendario que vamos arrancando, ha llegado el momento de hacernos la siguiente pregunta: ¿es posible otro mundo?
Enemigos de la esperanza
Otro autor que se ha ocupado de la ilusión es el conferenciante y escritor Lotfi El-Ghandouri, que la define como el coraje de dejarse sorprender y de querer sorprender a otros desde la sencillez del momento. Para él, es la magia que nos permite descubrir algo único y extraordinario en una cosa o persona aparentemente normal. En sus propias palabras: “La ilusión es la energía de la vida, el motor de la esperanza. Nos hace conectar con la imaginación que alimenta nuestra fuerza creativa. Es el poder de la transformación el que nos permite ver la vida con todos sus colores.”
Al ser preguntado por los enemigos de la ilusión, el autor de la fábula: "¿Te atreves?" cita principalmente tres:
Para recuperar la ilusión, El-Ghandouri propone un programa organizado en cuatro pasos:
Vivir sin limitaciones
En la década de 1970, las habitaciones de muchos adolescentes se llenaron de pósters con frases inspiradoras de Richard Bach, cuyo Juan Salvador Gaviota se había convertido en libro de cabecera. Tras este gran best seller, publicó otro trabajo titulado justamente Ilusiones, que viene a ser una especie de manual para caminar sobre el agua y alcanzar la orilla de lo que soñamos.
Algunas de las claves más llamativas de este clásico inspiracional son:
Hagamos un test básico para saber si nuestra misión en la tierra está terminada. Para ello, simplemente debemos preguntarnos: ¿estoy vivo? Si la respuesta es afirmativa, significa que no está terminada todavía.
Las personas que han perdido la ilusión de vivir pueden emprender muchas terapias diferentes, pero si no alimentan sus sueños, difícilmente experimentarán una verdadera mejoría. Pueden escarbar en el pasado, por ejemplo, o entregarse a ejercicios de yoga o meditación; pueden medicarse con cualquier psicotrópico, pero si les falta un motivo por el que levantarse cada día de la cama, la curación no llegará. Todo ser humano necesita una ilusión por la que luchar o, como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Quién tiene un por qué vivir, puede soportar casi cualquier cómo.”
Volviendo al clásico de Frankl, "El hombre en busca de sentido", este neurólogo y terapeuta aseguraba que “no es la duración de una vida humana en el tiempo lo que determina la plenitud de su sentido”. El sentido lo otorga justamente la misión que nos hemos asignado, sabedores de que disponemos de un tiempo finito. De hecho, la transitoriedad de la vida es un incentivo más para luchar por una existencia con significado.
Tal como afirmaba el fundador de la logoterapia, “no hay nada en el mundo que capacite tanto a una persona para sobreponerse a las dificultades externas y a las limitaciones internas como la conciencia de tener una misión en la vida”. Cuál debe ser esta misión es justamente la primera tarea que debemos asignarnos cuando buscamos el sentido a nuestra existencia.
El logoterapeuta Francisco Barrera afirma que el sentido de la vida puede encontrarse de tres maneras:
Hacer, no esperar
Contra aquéllos que piensan que las ilusiones significan limitarse a esperar a que nos lleguen o sucedan cosas, hay que decir que el verdadero motor del optimismo es tomar conciencia de las acciones beneficiosas que podemos generar en nuestro entorno. Un artista que crea una obra valiosa, un voluntario que colabora con una buena causa, un padre que juega con sus hijos…
Las personas que creen haber perdido todas sus ilusiones deberían hacer un recuento de las cosas que pueden hacer para mejorar el mundo y a sí mismas. Sobre esta cuestión, hay un poema de Matilde Casazola que enumera todo lo que tenemos por delante cuando creemos que no queda ya nada por hacer:
“Hay que hacer muchas cosas todavía: barrer el patio, regar las margaritas, sacudirnos las alas y pintarlas de nuevo con los colores que nos presta el día. Cantar en la guitarra y echar al viento las semillas y acurrucar en un altar secreto las penas nuevas que nos guarda el día. Hay que hacer muchas cosas; retomar la canción vieja y perdida, beber sus aguas, caminar su tierra mientras sabemos que aún es nuestro el día. Y aprisionar la sombra (ella sufre tremendas pesadillas) que es nostálgica y llena de locuras; nos vuelve trágicos a mitad del día. ¡Hay que hacer muchas cosas! Abrir el sol, levantar nuestras cortinas, que ya tendremos tiempo suficiente de beber sombras cuando acabe el día.”
Las ilusiones no se limitan a los grandes sueños que ponemos en nuestro horizonte sin saber si alguna vez llegaremos a alcanzarlos. Están también en las pequeñas cosas que nos acompañan en el día a día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, cuando las hacemos con amor y con sentido.
Tal como afirmaba el periodista y novelista Maurice Chapelan: “La última ilusión es la de creer que se han perdido todas las ilusiones.”
7 pasos para alimentar la ilusión
La ilusión es un combustible que debemos reponer periódicamente en nuestros depósitos vitales, ya que de ella depende que no abandonemos nuestros proyectos a mitad de camino. Para ello, Josep López, autor de "La ilusión", establece siete pasos –como los colores del arco Iris– para nutrirnos de este impulsor en nuestra vida cotidiana.
Fuente: Revista Integral
Un relato tradicional recogido por el escritor Paulo Coelho habla de un misionero español que visitaba una isla cuando se encontró con tres sacerdotes aztecas. “¿Cómo rezáis? “, preguntó el sacerdote. “Sólo tenemos una oración”, respondió uno de los aztecas. “Decimos: ‘Dios, tú eres tres, nosotros somos tres. Ten piedad de nosotros.” “Hermosa oración”, dijo el misionero. “Pero es una oración que Dios no va a oír. Tengo para vosotros una mucho mejor.” El sacerdote les enseñó entonces una oración católica y siguió tranquilamente su camino de evangelización.
Varios años más tarde, en el barco que lo llevaba de vuelta a España, tuvo que pasar de nuevo por aquella isla. Desde la cubierta, vio a los tres aztecas en la playa e hizo un gesto de despedida. En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua, en dirección a él. “¡Padre, padre!”, gritó uno de ellos mientras se acercaba al barco. “¡Enséñenos de nuevo la oración que Dios oye, que no la recordamos!”
Este cuento popular es una parábola sobre la verdadera fe que habita en los seres humanos y que les permite realizar todo tipo de proezas. No nos referimos a creencias religiosas consignadas en libros, sino a la ilusión pura que nos alimenta de niños y que vamos perdiendo con el paso de los años.
En el relato, los protocolarios misioneros dan una fórmula vacía a los tres hombres que conservan un espíritu ingenuo y puro que hace posible que caminen sobre las aguas. Ése es el territorio de la ilusión, un combustible espiritual de primer orden que permite a ciertas personas realizar cosas que a otras les resultarían imposibles.
Capacidad de proyectar
En la infancia y la adolescencia, las ilusiones dan sentido a nuestros días y nos impulsan hacia el futuro. Es lo que Viktor Frankl trabajaba con su logoterapia: la búsqueda de un motivo por el que levantarse de la cama o salir a la calle; un sueño, un anhelo.
En los niños, la ilusión puede consistir en ser algún día futbolista, bailarina, conferenciante o premio Nobel de la Paz. En la adolescencia, encontrar el amor puro y romántico que se ha visto en películas o novelas. Pero cuando llega la edad adulta, las ilusiones se ven desteñidas por un abrasador baño de realidad. Cambiamos los sueños por hechos, y las ilusiones, por obligaciones. Ya no decimos: “Voy a …”, sino “tengo que…” El cauce de la vida ideal se ha secado y nos vemos obligados a seguir nuestro camino por raíles que nos llevan hacia destinos que no son los que habíamos elegido.
Sobre este asunto, el coach y escritor Josep López afirma: “La vida ilusionada es un río que tiene su propio cauce y, a la vez, se nutre de las pequeñas ilusiones. Si no existe un cauce, las pequeñas ilusiones mueren al poco de nacer, se diluyen rápidamente, como afluentes que no tienen adónde ir a parar.” Dicho de otro modo, si dejamos de encauzar nuestras ilusiones, acabaremos viviendo una existencia que no es la nuestra, ya que los sueños que nacen en el interior de cualquier persona no encontrarán un cauce donde fluir hacia el mar de las oportunidades.
A la hora de describir los ingredientes de este combustible espiritual, el mismo autor lo define así: “La ilusión contiene la alegría, pues es alegría y, al mismo tiempo, es algo más; es una forma de proyectarse al futuro sin dejar de vivir el presente (…) La ilusión ilusiona no sólo por lo que será, sino también por lo que ya es, por lo que es ahora y de forma permanente.” Esta capacidad de proyectar el futuro nos ayuda a soportar las dificultades presentes, que serían una mera transición hacia la vida que realmente queremos llevar, mientras que los que sólo conocen las obligaciones viven anclados en un mundo sin perspectivas.
Cuando sentimos que nuestra realidad se hace pequeña y los días se convierten en hojas de un calendario que vamos arrancando, ha llegado el momento de hacernos la siguiente pregunta: ¿es posible otro mundo?
Enemigos de la esperanza
Otro autor que se ha ocupado de la ilusión es el conferenciante y escritor Lotfi El-Ghandouri, que la define como el coraje de dejarse sorprender y de querer sorprender a otros desde la sencillez del momento. Para él, es la magia que nos permite descubrir algo único y extraordinario en una cosa o persona aparentemente normal. En sus propias palabras: “La ilusión es la energía de la vida, el motor de la esperanza. Nos hace conectar con la imaginación que alimenta nuestra fuerza creativa. Es el poder de la transformación el que nos permite ver la vida con todos sus colores.”
Al ser preguntado por los enemigos de la ilusión, el autor de la fábula: "¿Te atreves?" cita principalmente tres:
- Nuestra costumbre de agarrarnos al dolor y al sufrimiento.
- La nostalgia por las vivencias pasadas.
- La frustración de un deseo incumplido.
Para recuperar la ilusión, El-Ghandouri propone un programa organizado en cuatro pasos:
- Reconocer que la vida es una “perfecta imperfección”. Si dejamos de buscar la perfección, evitaremos muchas desilusiones. La grandeza del ser humano reside en su fragilidad y humildad.
- Tener el coraje de desacelerar. Reducir nuestra velocidad para tomar conciencia de lo que está ocurriendo nos proporciona un nuevo espacio para que surjan ilusiones. Entonces ganan visibilidad las emociones, los recuerdos salen a la superficie y los viejos sueños y esperanzas se renuevan. Por eso es importante desacelerar.
- Disfrutar del momento. Aunque la ilusión nos proyecta hacia el futuro, nos proporciona un enorme placer en el tiempo presente. Como un viajero apasionado que empieza a disfrutar de la aventura al recorrer en el mapa los lugares que piensa visitar, al dar nacimiento a nuestras ilusiones estamos probando un pedazo de nuestra futura felicidad.
- Regalar ilusiones. Dado que su magia se contagia cuando se comparte, al hacer un regalo espontáneo a alguien, generamos una ilusión que rompe con la inercia cotidiana y nos inspira para edificar nuevos proyectos.
Vivir sin limitaciones
En la década de 1970, las habitaciones de muchos adolescentes se llenaron de pósters con frases inspiradoras de Richard Bach, cuyo Juan Salvador Gaviota se había convertido en libro de cabecera. Tras este gran best seller, publicó otro trabajo titulado justamente Ilusiones, que viene a ser una especie de manual para caminar sobre el agua y alcanzar la orilla de lo que soñamos.
Algunas de las claves más llamativas de este clásico inspiracional son:
- Nunca nos otorgan un deseo sin el poder de hacerlo realidad. Pero la ilusión no se hará realidad por arte de magia; hay que trabajar para que cristalice.
- Si insistimos en nuestras limitaciones, acabarán siendo nuestras. Por lo tanto, hay que empezar a pensar en clave de posibilidades.
- Practica con la ficción. La literatura o el cine son un campo de pruebas excelente para luego llevar a cabo acciones. Los personajes de libros y películas a menudo son más reales e influyentes en nuestra vida que personas con las que compartimos nuestro día a día.
- Debemos tomar el mundo como nuestro libro de ejercicios. Tenemos la capacidad de equivocarnos y de expresar la realidad en la que queremos vivir.
- No hay que olvidar que prácticamente todo lo que nos sucede en la vida lo hemos atraído nosotros. Por eso, las ilusiones son un poderoso imán para lo que queremos que venga.
- Sacrifiquemos el aburrimiento. Aunque no siempre resulta fácil, es la única manera de vivir de forma libre y feliz.
Hagamos un test básico para saber si nuestra misión en la tierra está terminada. Para ello, simplemente debemos preguntarnos: ¿estoy vivo? Si la respuesta es afirmativa, significa que no está terminada todavía.
Las personas que han perdido la ilusión de vivir pueden emprender muchas terapias diferentes, pero si no alimentan sus sueños, difícilmente experimentarán una verdadera mejoría. Pueden escarbar en el pasado, por ejemplo, o entregarse a ejercicios de yoga o meditación; pueden medicarse con cualquier psicotrópico, pero si les falta un motivo por el que levantarse cada día de la cama, la curación no llegará. Todo ser humano necesita una ilusión por la que luchar o, como decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Quién tiene un por qué vivir, puede soportar casi cualquier cómo.”
Volviendo al clásico de Frankl, "El hombre en busca de sentido", este neurólogo y terapeuta aseguraba que “no es la duración de una vida humana en el tiempo lo que determina la plenitud de su sentido”. El sentido lo otorga justamente la misión que nos hemos asignado, sabedores de que disponemos de un tiempo finito. De hecho, la transitoriedad de la vida es un incentivo más para luchar por una existencia con significado.
Tal como afirmaba el fundador de la logoterapia, “no hay nada en el mundo que capacite tanto a una persona para sobreponerse a las dificultades externas y a las limitaciones internas como la conciencia de tener una misión en la vida”. Cuál debe ser esta misión es justamente la primera tarea que debemos asignarnos cuando buscamos el sentido a nuestra existencia.
El logoterapeuta Francisco Barrera afirma que el sentido de la vida puede encontrarse de tres maneras:
- Por lo que damos a la vida; es decir, nuestras obras creativas.
- Por lo que tomamos del mundo: la experiencia y los valores.
- Por la manera en que nos enfrentamos a un destino que resulta ineludible, como una enfermedad incurable o cualquier otro sufrimiento.
Hacer, no esperar
Contra aquéllos que piensan que las ilusiones significan limitarse a esperar a que nos lleguen o sucedan cosas, hay que decir que el verdadero motor del optimismo es tomar conciencia de las acciones beneficiosas que podemos generar en nuestro entorno. Un artista que crea una obra valiosa, un voluntario que colabora con una buena causa, un padre que juega con sus hijos…
Las personas que creen haber perdido todas sus ilusiones deberían hacer un recuento de las cosas que pueden hacer para mejorar el mundo y a sí mismas. Sobre esta cuestión, hay un poema de Matilde Casazola que enumera todo lo que tenemos por delante cuando creemos que no queda ya nada por hacer:
“Hay que hacer muchas cosas todavía: barrer el patio, regar las margaritas, sacudirnos las alas y pintarlas de nuevo con los colores que nos presta el día. Cantar en la guitarra y echar al viento las semillas y acurrucar en un altar secreto las penas nuevas que nos guarda el día. Hay que hacer muchas cosas; retomar la canción vieja y perdida, beber sus aguas, caminar su tierra mientras sabemos que aún es nuestro el día. Y aprisionar la sombra (ella sufre tremendas pesadillas) que es nostálgica y llena de locuras; nos vuelve trágicos a mitad del día. ¡Hay que hacer muchas cosas! Abrir el sol, levantar nuestras cortinas, que ya tendremos tiempo suficiente de beber sombras cuando acabe el día.”
Las ilusiones no se limitan a los grandes sueños que ponemos en nuestro horizonte sin saber si alguna vez llegaremos a alcanzarlos. Están también en las pequeñas cosas que nos acompañan en el día a día, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, cuando las hacemos con amor y con sentido.
Tal como afirmaba el periodista y novelista Maurice Chapelan: “La última ilusión es la de creer que se han perdido todas las ilusiones.”
7 pasos para alimentar la ilusión
La ilusión es un combustible que debemos reponer periódicamente en nuestros depósitos vitales, ya que de ella depende que no abandonemos nuestros proyectos a mitad de camino. Para ello, Josep López, autor de "La ilusión", establece siete pasos –como los colores del arco Iris– para nutrirnos de este impulsor en nuestra vida cotidiana.
- Detenernos, frenar y redescubrir lo esencial, el gran placer de ser simplemente y de simplemente ser. Sentir el milagro de seguir viviendo y agradecerlo.
- Ejercitar la memoria y recordar qué nos ilusionaba en el pasado. Ahí radican nuestros deseos fundamentales, que, probablemente, durante años hemos suplantado por deseos artificiales (un coche, un trabajo, una casa, un móvil de última generación…).
- Practicar el autoconocimiento a diario, pero no para recrearnos en nuestro ombligo, sino para saber quiénes somos, de dónde venimos y adónde queremos ir realmente.
- Ejercitar el músculo de la imaginación. Somos libres de imaginar lo que queramos. En el pensamiento no hay límites. Si los tenemos, debemos trascenderlos.
- Elegir una dirección, un sueño. Es posible que nos equivoquemos, pero si no nos orientamos hacia un objetivo, no avanzaremos. Hay que ser cuidadoso al elegir el objetivo, pues “lo que creemos, lo creamos”. Eso sí, una vez elegido, tenemos que lanzarnos con todas nuestras fuerzas para su consecución.
- Trabajar la confianza en uno mismo –en nuestro cuerpo, en nuestra intuición–, en los demás –tejer una red de afecto– y en el universo, ya que todos tenemos una misión y el universo se confabula para llevarnos hacia ella.
- Entregarnos con pasión a nuestra pasión. No hay que hacer las cosas por hacerlas, sino porque están alineadas con nuestros deseos y con nuestra ilusión.
Fuente: Revista Integral