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VICTIMISMO. La espiral de la queja. La Costumbre de culpar


"Cuando adoptamos el rol de víctima ante circunstancias que no podemos manejar y no hacemos más que quejarnos de nuestro destino y mala suerte, malgastamos energía..."

Victimismo



Pregunta: Me gustaría que me explicasen las repercusiones que puede tener para nuestra vida moral, las actitudes "victimistas" que yo creo que solemos adoptar con frecuencia; y, así mismo, que nos den algunas pautas sobre cómo podríamos superarlas.

Respuesta: Antes de nada, conviene distinguir el término "víctima", cuando es utilizado en su originario sentido teológico, de cuando lo hacemos en su connotación psicológica y moral. Evidentemente, esta consulta se refiere a la segunda acepción del término.

Entendemos por "victimismo" una tendencia psicológica, que de ordinario conlleva una responsabilidad moral, que consiste en una tendencia a culpar a otros de los males que uno padece. Es decir, "yo soy una pobre víctima", "los demás no me entienden", "a mí me tocan todos los palos", "no hay derecho", etc, etc, etc...

El victimismo tiene las siguientes características:
  1. Deformación de la realidad: Se exagera tremendamente lo negativo. De un granito de arena se hace una montaña. La botella se percibe siempre "medio vacía", en vez de "medio llena". Esto conlleva que se recele de ordinario del mundo que nos rodea, siendo muy difícil así seguir los consejos cristianos que nos invitan a "pensar bien" del prójimo.
  2. Regodearse en el lamento: Quizás lo más característico de la actitud victimista, no sea tanto el juicio pesimista, cuanto el gusto por manifestarse como una víctima ante los demás. Se trata en el fondo de llamar la atención, forzando la compasión de los que le rodean. Se trata de mendigar protagonismo mediante una estrategia de lamentos. Lo que ocurre es que, quien ha llegado a hacer un hábito de esta tendencia victimista, puede llegar incluso a creérsela. En este sentido, sí que cabría decir con verdad que es "víctima"; pero víctima de sí mismo.
  3. Incapacidad de autocrítica: Mientras que el filósofo Kierkegard aconsejaba: "toma consejo del enemigo"; el "victimista" es incapaz de hacer tal cosa. Es más, tiende a considerar como enemigo a cualquiera que se atreva a hacerle alguna corrección. A lo sumo, percibirá la "verdad" o el "bien", cuando provengan de alguien que le resulte simpático.

Frente a esta tendencia moral que, como hemos descrito, es muy perniciosa para el desarrollo de la vida, pasamos a dar algunas pautas para llegar a liberarnos de la "esclavitud victimista":
  • Fe en el prójimo como "Ser de LUZ": La vida es la escultora, nosotros somos el tronco a tallar. La presencia del prójimo en nuestra vida, sus correcciones, sus incomprensiones, etc.... son el cincel con el que somos tallados.
  • Renuncia a la queja: Si queremos arrancar un hábito, es necesario cortar por lo sano con el "pobre de mí".

Fuente: Loiola.org

La espiral de la queja


A menudo quizá nos descubrimos quejándonos de pequeños rechazos, de faltas de consideración o de descuidos de los demás. Observamos en nuestro interior ese murmullo, ese gemido, ese lamento que crece y crece aunque no lo queramos. Y vemos que cuanto más nos refugiamos en él, peor nos sentimos; cuanto más lo analizamos, más razones aparecen para seguir quejándonos; cuanto más profundamente entramos en esas razones, más complicadas se vuelven.

Es la queja de un corazón que siente que nunca recibe lo que le corresponde. Una queja expresada de mil maneras, pero que siempre termina creando un fondo de amargura y de decepción.

Hay un enorme y oscuro poder en esa vehemente queja interior. Cada vez que una persona se deja seducir por esas ideas, se enreda un poco más en una espiral de rechazo interminable. La condena a otros, y la condena a uno mismo, crecen más y más. Se adentra en el laberinto de su propio descontento, hasta que al final puede sentirse la persona más incomprendida, rechazada y despreciada del mundo.

Además, quejarse es muchas veces contraproducente. Cuando nos lamentamos de algo con la esperanza de inspirar pena y así recibir una satisfacción, el resultado es con frecuencia lo contrario de lo que intentamos conseguir. La queja habitual conduce a más rechazo, pues es agotador convivir con alguien que tiende al victimismo, o que en todo ve desaires o menosprecios, o que espera de los demás —o de la vida en general— lo que de ordinario no se puede exigir. La raíz de esa frustración está no pocas veces en que esa persona se ve autodefraudada, y es difícil dar respuesta a sus quejas porque en el fondo a quien rechaza es a sí misma.

Una vez que la queja se hace fuerte en alguien —en su interior, o en su actitud exterior—, esa persona pierde la espontaneidad hasta el punto de que la alegría que observa en otros tiende a evocar en ella un sentimiento de tristeza, e incluso de rencor. Ante la alegría de los demás, enseguida empieza a sospechar. Alegría y resentimiento no puede coexistir: cuando hay resentimiento, la alegría, en vez de invitar a la alegría, origina un mayor rechazo.

Esa actitud de queja es aún más grave cuando va asociada a una referencia constante a la propia virtud, al supuesto propio buen hacer: "Yo hago esto, y lo otro, y estoy aquí trabajando, preocupándome de aquello, intentando eso otro... y en cambio él, o ella, mientras, se despreocupan, hacen el vago, van a lo suyo, son así o asá...".

Como ha escrito Henri J.M.Nouwen, son quejas y susceptibilidades que parecen estar misteriosamente ligadas a elogiables actitudes en uno mismo. Todo un estilo patológico de pensamiento que desespera enormemente a quien lo sufre. Justo en el momento en que quiere hablar o actuar desde la actitud más altruista y más digna, se encuentra atrapado por sentimientos de ira o de rencor. Cuanto más desinteresado pretende ser, más se obsesiona en que se valore lo que él hace. Cuanto más se esmera en hacer todo lo posible, más se pregunta por qué los demás no hacen lo mismo que él. Cuanto más generoso quiere mostrarse, más envidia siente por quienes se abandonan en el egoísmo.

Cuando se cae en esa espiral de crítica y de reproche, todo pierde su espontaneidad. El resentimiento bloquea la percepción, manifiesta envidia, se indigna constantemente porque no se le da lo que, según él, merece. Todo se convierte en sospechoso, calculado, lleno de segundas intenciones. El más mínimo movimiento reclama un contramovimiento. El más mínimo comentario debe ser analizado, el gesto más insignificante debe ser evaluado. La vida se convierte en una estrategia de agravios y reivindicaciones. En el fondo de todo aparece constantemente un yo resentido y quejoso.
¿Cuál es la solución a esto? Quizá lo mejor sea esforzarse en dar más entrada en uno mismo a la confianza y a la gratitud. Sabemos que gratitud y resentimiento no pueden coexistir. La disciplina de la gratitud es un esfuerzo explícito por recibir con alegría y serenidad lo que nos sucede. La gratitud implica una elección constante. Puedo elegir ser agradecido aunque mis emociones y sentimientos primarios estén impregnados de dolor. Es sorprendente la cantidad de veces en que podemos optar por la gratitud en vez de por la queja. Hay un dicho estonio que dice: "Quien no es agradecido en lo poco, tampoco lo será en lo mucho". Los pequeños actos de gratitud le hacen a uno agradecido. Sobre todo porque, poco a poco, nos hacen a uno ver que, si miramos las cosas con perspectiva, al final nos damos cuenta de que todo resulta ser para bien.

Fuente: Mercaba.org


El victimismo: la costumbre de culpar

Cada día en cada decisión, las personas asumen una entre dos posiciones, que dan curso a lo que será su éxito o su fracaso: vivir como responsables o vivir como víctimas., es decir, culpar a otros de lo que les sucede o asumir que lo que recogemos se debe a lo que sembramos.

Por razones de biología, los humanos, tenemos recursos que nos permiten relacionarnos con el mundo de manera muy particular.

Cuatro de esos recursos cuya forma de utilización afectan nuestra vida en distintas áreas, son: el lenguaje, la interpretación, la memoria y la imaginación.

El lenguaje, se aprende en sociedad, está limitado por la forma de cultura que aprendemos y nos permite darle nombre a personas, objetos y situaciones. Si no disponemos de un nombre para expresar situaciones o experiencias podemos sentirnos confundidos. También el lenguaje nos permite usar esos nombres asignados para describir lo que experimentamos, aunque las describamos prejuiciados por aprendizajes previos. La interpretación la hacemos con pensamientos o verbalizaciones y consiste en darle sentido racional a las cosas, opinar sobre ellas, descifrar lo que signifcan en nuestro codigo personal.

En cuanto a los otros dos recursos, la memoria y la imaginación, diremos que la memoria, facultad superior vinculada al cerebro, nos permite almacenar y recordar experiencias e interpretaciones, mientras que la imaginación sirve para pensar en lo que no existe y visualizar cómo será o sucederá.

Estos cuatro recursos los usamos para conformar una opinión compleja acerca de nosotros, que conocemos como la autoimagen, base, por cierto, de toda nuestra actuación social. Esa autoimagen surge de acuerdo con la forma como hemos sido tratados, lo que hemos experimentado, como hemos interpretado nuestras experiencias y las consideraciones que hacemos sobre lo que podemos o no, hacer, lograr y disfrutar. Se habla de autoimagen negativa o positiva, si la manera de percibirnos es favorable o desfavorable, lo cual repercute en toda nuestra autoestima.

Esa autoimagen la fortalecemos y protegemos férreamente, la mayoría de las veces sin notarlo, a través de varios mecanismos de defensa entre los cuales mencionaré únicamente el de proyección. La proyección, concepto utilizado en principio por Sigmund Freud, sugiere que las personas recurren a la estrategia mental de colocar afuera, en el mundo exterior, algo que realmente les pertenece o es creación. Es una operación mental a través de la cual la persona se niega a responsabilizarse por una experiencia o situación causada o vivida por ella, y la coloca como causada por otras personas o cosas. Aquí, se da origen, cuando se hace habitual, a lo que podríamos denominar la personalidad de víctima.

La personalidad de víctima o el victimismo, consiste entonces en defenderme de posibles situaciones de malestar, a través del no reconocimiento y proyección externa (hacia otra persona o cosa) de determinada situación.

Si una persona llega tarde al trabajo, dirá que la causa es el tránsito automotor, la lluvia, alguna otra persona o cierta eventualidad. No pensará que la tardanza se debe a que no se organiza, a un hábito que no ha notado que tiene, al mal cálculo del tiempo, o a una protesta metafórica que hace contra el jefe, el trabajo o la empresa.

Aunque es una realidad frecuente la existencia de personas que se sienten poderosos y privilegiados y que se aprovechan de su rol o su capacidad para imponer conductas y métodos abusivos en contra de otros menos privilegiados en lo político, lo económico o lo social, también lo es la existencia de quienes se sirven del victimismo para ganar atención o compasión. Estos se muestran débiles y maltratados para encontrar el apoyo de otros y evitar tener que realizar los esfuerzos que su situación de vida, natural o adquirida les impone.

Una forma rabiosa de victimismo, consiste en molestarse por que otros no son como nosotros o como deseamos que sean. En estos casos la tendencia es a atacarlos, acusarlos, etiquetarlos para dañarlos moral, emocional o físicamente. Esta demostración de intolerancia excluyente, que por inconsciencia e ignorancia espiritual, suele verse amparada por ideologías y credos que ocultan lo que en realidad no es más que simple y llana conducta patológica.

Todos hemos actuado como víctima: niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres, negros, indios y blancos, pobres, ricos. No hay excepción a esta regla y la razón es que, salvo algunos privilegiados, las personas no conocen la forma cómo funciona su mente, como crean una realidad falsa basada en pensamientos irracionales que generan conflictos y sufrimiento.

¿Y cuáles serían las soluciones?

  • Acepte que suele vivir desde una posición de víctima, sin negarlo o evadirlo.
  • Decida vivir desde una nueva posición mental, la responsabilidad de causa, lo cual consiste en aceptar que en alguna medida y a veces totalmente, es usted responsable de cuanto ocurre y acepta que ocurra en su vida. Pregúntese: ¿Qué estoy haciendo para que esto me esté sucediendo?
  • Acepte la nueva premisa de que usted no reacciona ante los eventos, situaciones o personas, sino a su interpretación u opinión acerca de ellos. No es lo que hacen sino lo que usted considera que deberían o no deberían hacer, lo que le afecta.
  • Descubra la lista de personas y excusas que tiene para victimizarse.
  • Manténgase alerta y relajado, para evitar reaccionar automáticamente.
  • Pida a personas cercanas, a gente amiga, o a su pareja que le indiquen si se está victimizando en una puntual situacion, que le marquen los momentos en que los que usted recurre al habito de responeder victimizandose en lo que vive internamente como falta de capacidad de respuesta propia o como ha interpretado esa situacion que le es dificil manejar.
Dr. Andrés Palomares

Fuente: Deguate.com
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