La ciudad posible
"Cambia tu barrio, cambia el mundo" es el lema de una red de activistas urbanos que han decidido reinventar su ciudad. En Portland (EEUU), han plantado cara a los especuladores y han dado rienda suelta a su imaginación "verde". Carlos Fresneda
Nueve de la mañana en la Share-It Square de Portland. Los planos de la ciudad dicen que estamos en una intersección cualquiera –Novena Avenida con la calle Shewet–, pero los vecinos se obstinan año tras año en reinventar el lugar como la Plaza Compárte-Lo. Dentro de unos minutos vamos a comprobar el porqué de tan curioso nombre.
Los niños son los que más madrugan y se apropian de la calle, aprovechando que hoy no pueden pasar los coches. Los mayores llegan pertrechados con rodillos, brochas y botes de pintura, mientras la madrina Betty Beal prepara el desayuno comunal (“Tea for You”) e invita a los voluntarios a reponer fuerzas. El día promete ser gratificante y largo.
El pintor Pat Wojciechowski saca de la carpeta el boceto del estanque de nenúfares que van a pintar entre todos sobre el duro asfalto. Uno de los círculos azules estará dedicado a la paz y a la sostenibilidad. En el rincón de los niños, habrá un caimán juguetón, asomando entre los cañaverales. Una inmensa flor rosa marcará el centro de la intersección, que nunca volverá a ser la misma.
Pedro y Adriana Ferbel-Azcárate pasarán allí todo el día, arrimando el hombro y “pasándonoslo padre, como cuando éramos niños”. Su hijo Santiago, cuatro años, estampará sus huellas en plena plaza para que quede constancia de que él también contribuyó a la causa colectiva.
Robin Kinnaird, que trabaja en el departamento de planeamiento urbano, se apunta también a la movida vecinal con sus hijos Liam y Naomí y nos sirve en bandeja el gran secreto, la razón por la que Portland tomó hace tres décadas un rumbo muy distinto al de tantas ciudades americanas: “Nos atrevimos a plantarle cara a los especuladores: limitamos el crecimiento de la ciudad para mantenerla palpitante y viva”.
A eso del mediodía se asomará por la Plaza Compárte-Lo el arquitecto Mark Lakeman, que está construyendo a la vuelta de la esquina el Palacio Solar de los Gatos. Todo huele a pintura y a celebración conforme avanza la tarde, que culminará con un círculo de gratitud y una hoguera vecinal bajo la luz de la luna.
A la mañana siguiente habrá que frotarse los ojos al pasar por la Plaza Compárte-Lo. El sudor y la imaginación han quedado ya estampados en ese estanque colorista y casi tridimensional en plena calle. Los automovilistas no sólo ralentizarán la marcha, sino que sentirán la tentación de bajarse del coche, y chapotear en el asfalto como un niño más, o compartir tal vez un café o un buen libro con los vecinos, apostados en los parterres o sentados en los bancos de arcilla.
Reparadores de la ciudad
“Cambia tu barrio, cambia el mundo” es el lema que mueve desde 1996 a esta red de activistas urbanos que obedece al nombre de City Repair. Capitaneados informalmente por el arquitecto y permacultor Mark Lakeman, los Reparadores de la Ciudad están redefiniendo desde dentro la vida urbana y construyendo la utopía a la vuelta de la esquina.
La ciudad posible se llama Portland… “Nadie nos dio permiso, pero así es como comienzan las revoluciones”, apunta Mark Lakeman. “Nosotros somos parte de la solución, y no podemos quedarnos cruzados de brazos mientras un puñado de políticos y urbanistas deciden cómo se hace una ciudad. Empezamos como un movimiento de resistencia civil, ocupando espacios y reinventándolos. Las autoridades nos miraban con recelo, pero acabaron subiéndose al carro”.
Una vez al año se celebra la gran Convergencia Vecinal. Los Reparadores de la Ciudad se apropian de medio centenar de espacios, algunos de ellos tan emblemáticos como la Sunnyside Plaza (con un mandala amarillo y rojo que actúa como gran disuasor del tráfico). El activismo ecológico y social rezuma entonces por todos los poros de la ciudad, coincidiendo con el festival floral y con el Pedalpalooza (trepidante celebración de la cultura de la bicicleta).
Todo gira en torno a una misma idea: crear comunidad. No en vano, el estudio de arquitectura de Mark Lakeman se llama precisamente así –Communitecture– y entre sus más recientes obras está el arborescente Rebuilding Center, el mayor espacio consagrado a la reconstrucción con materiales usados en EEUU.
Un par de horas en Portland, la hermana aventajada y menor de Seattle, bastará para contagiarse de su peculiar energía humana. Conocida por su cerveza y por su pasado industrial, en contraste con el espectacular entorno natural, Portland ha estado en las últimas décadas en la proa contracultural y tecnológica del país (Intel y compañía).
Cuando tantas ciudades agonizaban, aquí supieron darle a tiempo la vuelta a la tortilla con el movimiento smart growth: el crecimiento compacto e inteligente, plantándole cara al urbanismo salvaje y la soga de las autopistas. Lo que hoy es el parque fluvial, atestado de bicicletas, fue en tiempos un congestionado cinturón de asfalto que bloqueaba el flujo natural entre el río y la ciudad…
“Hace treinta años, Portland parecía un lugar irrecuperable y condenado a muerte”, apunta nuestro anfitrión, Mark Lakeman. “El momento mágico se produjo con la Plaza de los Pioneros, cuando la gente hizo piña para transformar lo que no era más que un aparcamiento desolado. Eso nos dio licencia para reinventar la ciudad.” La Plaza de los Pioneros, diseñada por Doug Macy a modo de anfiteatro urbano, es ahora el salón a cielo abierto por donde pasan a diario unos 25.000 vecinos. Allí convergen el tranvía ultramoderno y el tren ligero, financiados con el dinero destinado en principio a la autopista hacia el Monte Hood y que nunca se llegó a construir por la oposición vecinal.
Ciudades sin coches
Portland acogió recientemente la conferencia mundial Car Free Cities (ciudades sin coches). Allí vive precisamente Blake Nelson, autor de la novela anticonsumista "Destruid todos los coches" Pero no hace falta llegar a tanto: los automovilistas de Portland han sido reconocidos como los más respetuosos del país con peatones y ciclistas. Y el alcalde Sam Adams se ha propuesto convertirla ahora en laboratorio experimental del coche eléctrico, empeñado en reducir el consumo de petróleo un 50% de aquí al 2030 (y comprometido a rebajar las emisiones de CO2 un 80% a mediados de siglo para paliar el cambio climático).
Portland o el paraíso americano de las dos ruedas. Pudimos comprobarlo pedaleando con Todd Roll y Miles Craig, artífices del tour verde por la ciudad. El primer carril-bici se inauguró en 1971 y son ya más de mil los kilómetros que serpentean por el área metropolitana. El 8% de los vecinos usa regularmente la bici para ir al trabajo (ocasionalmente se ha llegado hasta el 18%) y una ordenanza municipal ha obligado a decenas de oficinas a disponer de duchas para incentivar a los sudorosos ciclistas. La incipiente industria local de la bicicleta mueve ya al año 150 millones de dólares.
Arrancamos nuestro periplo sin emisiones en la ribera del Willamette, que confluye a estas alturas con el imponente Columbia, de ahí tal vez el flujo que empapa la vida en esta pequeña gran ciudad. Todd y Miles hacen un alto en un gigantesco green box (el espacio reservado a las bicis en los semáforos) y nos invitan a contemplar desde lejos las heridas herrumbrosas que dejaron el aluminio y el acero en lo que llegó a ser el mayor puerto fluvial del noroeste americano.
De ahí partimos al Pearl District, el barrio con más edificios verdes del país, coronado por el Ecotrust, desde donde se defiende a la amenazada nación del salmón. En la Plaza de los Pioneros saludamos a la famosa estatua Allow Me, más conocida como el Hombre del Paraguas, donde tuvimos ocasión de conocer en tiempos a Dick Roy, ecohéroe local y precursor de la vida simple.
La próxima parada es el Urban Greenspaces Institute, en la Universidad de Portland, espacio consagrado a la reintroducción de la naturaleza en la ciudad, fieles a la máxima de Henry David Thoreau: “En la vida silvestre está la preservación del mundo”… Al sur de la ciudad, el pulmón del Monte Tabor y, en la distancia, las cumbres siempre nevadas del Monte Hood, marcando la transición de los bosques de coníferas al alto desierto.
Cabras y gallinas en la city
Pronto nos adentraremos en los vericuetos de la ciudad-granja que se extiende al otro lado del río, pero antes hacemos una parada en el Green Microgym, de Adam Boesel. Haciendo honor a su nombre, el gimnasio ofrece tres bicicletas fijas con las que se puede generar energía humana (premiada a razón de un dólar por hora sudada).
“Los clientes pueden traer también su propia bicicleta y engancharla al sistema y al generador para crear energía”, apunta Boesel, que decidió instalar paneles fotovoltaicos en el tejado, usar material reciclado en el suelo, renunciar a las ubicuas televisiones y sustituir el aire acondicionado por ventiladores de bajo consumo.
“Todos nosotros somos parte de la solución”, atestigua Boesel. “Los americanos derrochamos grandes recursos incluso en nuestro tiempo libre. Aquí, al menos, podemos compensar con nuestro propio esfuerzo todo lo que consumimos. La revolución de la energía humana está cogiendo tracción.”
“Estar vivo es estar despierto”… Leemos otra frase proverbial de Thoureau, esta vez al paso por el Awakening Wellness Center, y tenemos que frotarnos los ojos para dar crédito a lo que vemos: un paisano paseando por medio de la ciudad con dos cabras. Se llaman Persephone y Gum Drop (las cabras). El paseante obedece al nombre de Kevin McElroy, aunque los dueños son David y Krista Arias, que están pasando unos días fuera de la ciudad con su hija Fia.
“La leche de cabra es la dieta habitual de la niña, que juega con ellas como cualquier otra mascota”, asegura Kevin. “Las sacamos a pasear dos veces al día, aunque hay que tener cuidado con los perros grandes, que se lanzan sobre ellas”. Varias familias tienen cabras en los frondosos jardines-granja de Portland, donde hace poco saltó en titulares la historia de Poppy, la cabra enana que se subió sola al autobús y logró reunirse al cabo de unas horas con su desolada dueña.
Dave Thompson, responsable de salud ambiental, asegura que las cabras son bienvenidas a la ciudad “porque hay familias que quieren que sus hijos crezcan en un ambiente parecido al de una granja”. “Las cabras hacen una excelente labor para mantener a raya la vegetación, además de la leche y el queso que dan… Eso sí, si tienes una cabra en la ciudad, lo mejor es protegerla con una buena valla.”
Cabras aparte, Portland es también la ciudad con más pollos per cápita de Estados Unidos. Más de cincuenta familias tienen licencias para criar más de cuatro gallinas por casa (hasta el tercer polluelo cuenta como cualquier otro animal doméstico). En la Granja Urbana del Sureste de Portland, que abrió sus puertas este año, los pollos orgánicos se han convertido en una auténtica fiebre.
Con más de 20 mercados de granjeros, Portland es también uno de los puntales del movimiento localívoro. De la mano de Eileen Ryan, que cambió Brooklyn por su ciudad adoptiva y trabaja en la librería Powell’s (otro orgullo local), conocemos el mercado del barrio de Alberta. Allí encontramos a Aaron Harmon, un abogado convertido en fabricante de los famosos solpops, polos ecológicos made in Portland, con sabores que van del coco con agave al pepino con jengibre.
Hortelanos de jardines
Acabamos el recorrido por la ciudad-granja con otra iniciativa autóctona que se está replicando en otros lugares del planeta (Barcelona incluida). Donna Smith y Robyn Streeter se ofrecieron hace tres años como Your Backyard Farmer y desde entonces no paran.
“Mucha gente está deseando cambiar el césped de su jardín por un huerto comestible, pero no se atreven a dar el primer paso porque les faltan las nociones básicas”, advierte Donna. “Nosotras les ofrecemos crear y cuidar su propio huerto. La tierra, las semillas, el riego, la cosecha… Todo corre por nuestra cuenta, aunque muchos de nuestros clientes van aprendiendo sobre la marcha, y deciden cultivar al cabo de un tiempo, y muchas veces involucran a sus hijos”.
Por 1.575 dólares al año, más de treinta familias se aseguran una cosecha de hasta 52 vegetales a la carta: de coles a calabazas, de lechugas a zanahorias… Auténtica comida ecológica y local, cultivada en el patio de casa, sin ningún tipo de emisiones y abonada con el compost que ellas mismas enseñan a fabricar casa a casa.
“Nuestro objetivo es llevar la ecología al nivel más básico, el de los alimentos”, aseguran las hortelanas a domicilio. “Hemos demostrado que se necesita muy poco espacio para proporcionar los alimentos básicos a una familia de cuatro personas. Por nuestro bien y por el del planeta, tenemos que llenar de huertas las ciudades.” Próximo objetivo: llenar el centro de Portland de balcones y tejados comestibles, porque hay que seguir usando la imaginación para derribar los muros de imposible.
Fuente: Revista Integral